Hubo un tiempo, hace un par de años, en el que me consideraba capaz de dar la vida por quien fuera, sacrificarme por un completo extraño. Pero hoy me doy cuenta de que lo que yo padecía era un severo caso de vanidad; estaba confundiendo la esperanza de que una persona valorara más su vida con mis ganas de volverme héroe.
A lo que yo aspiraba era a la inmortalidad, al reconocimiento, ser recordado como alguien que hizo algo importante, pero sobre todo, bueno. Pero si algo he aprendido de la humanidad es que olvida. Olvida rápido y fácilmente, y las cosas buenas y memorables las olvida con mayor anhelo.
Estaba sumergido en un pensamiento ingenuo. ¿Hacerme inmortal? ¿Solo por salvar a otra persona? Estaba pensando como un comediante. Se necesitaba salvar a una nación para que me recordaran unos cuantos años.
Ahora reflexionaría mucho antes de dar mi vida por otra persona, y solo si no hay otra opción, pero ya no por heroísmo, sino por otros factores y circunstancias.
La verdad es que, también, poca gente merece ser salvada, no puedo evitar sentir la miseria que todas las personas cargan, su inútil visión del futuro. El ser humano, como especie, deja mucho que desear. Incluso la muerte no se ve tan mal si se le analiza bien.
Aspiraba a la ineficaz y superficial inmortalidad. ¿Quién soy yo? ¿Una deidad?