28 junio 2012


Cuando era más niño siempre creaba en mi mente un situación específica en la que una persona (yo) caía infinitamente en un abismo. Desde la primera vez que cree está imagen en mi cabeza, lo hice pensando en que esta persona nunca llegaría al fondo, de tal manera de que no había riesgo de morir estrellado. Más bien viviría cayendo. Siempre. Hasta su muerte. En mi idea hay huecos; no ideaba como comería o haría sus necesidades personales, pero siendo simplemente una chaquetota mental, eso no haría falta. Y sin embargo, si imaginaba que podía dormir mientras caía. A veces también imaginaba que había más gente cayendo, pero nunca haciendo contacto con ninguna.

No hay una metáfora detrás de esta idea. Simplemente era yo cayendo hasta morir.

Recuerdo también que cuando hacía viajes largos con mis padres en auto o camión, siempre imaginaba que pasaban cosas afuera y que esos eventos seguían la misma ruta que el vehículo en el que iba. Era una imaginación egoísta, claro, era imaginación de niño. A veces era un héroe siendo perseguido por su enemigo. Otras era una persona haciendo acrobacias entre los cables y postes que hay en las carreteras.

Luego crecí. Ahora duermo en los viajes o escucho música, también volteo a ver qué está pasando afuera, para ver el paisaje o saber donde estoy. Y tampoco imagino tan seguido mi yo cayendo en el abismo.

Nadie sabía de esto porque nunca me pareció relevante sacarlo a conversación. No me avergüenza. Nunca he tenido la confianza o la confidencia de contar todo lo que hay en mi jodida cabeza.

Nunca.

Nunca.

Nunca.

Siempre.

Siempre.

Siempre.

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