Cuando era más niño siempre creaba en mi mente un situación
específica en la que una persona (yo) caía infinitamente en un abismo. Desde la
primera vez que cree está imagen en mi cabeza, lo hice pensando en que esta
persona nunca llegaría al fondo, de tal manera de que no había riesgo de morir
estrellado. Más bien viviría cayendo. Siempre. Hasta su muerte. En mi idea hay
huecos; no ideaba como comería o haría sus necesidades personales, pero siendo
simplemente una chaquetota mental, eso no haría falta. Y sin embargo, si
imaginaba que podía dormir mientras caía. A veces también imaginaba que había
más gente cayendo, pero nunca haciendo contacto con ninguna.
No hay una metáfora detrás de esta idea. Simplemente era yo
cayendo hasta morir.
Recuerdo también que cuando hacía viajes largos con mis
padres en auto o camión, siempre imaginaba que pasaban cosas afuera y que esos
eventos seguían la misma ruta que el vehículo en el que iba. Era una
imaginación egoísta, claro, era imaginación de niño. A veces era un héroe
siendo perseguido por su enemigo. Otras era una persona haciendo acrobacias
entre los cables y postes que hay en las carreteras.
Luego crecí. Ahora duermo en los viajes o escucho música,
también volteo a ver qué está pasando afuera, para ver el paisaje o saber donde
estoy. Y tampoco imagino tan seguido mi yo cayendo en el abismo.
Nadie sabía de esto porque nunca me pareció relevante sacarlo
a conversación. No me avergüenza. Nunca he tenido la confianza o la confidencia
de contar todo lo que hay en mi jodida cabeza.
Nunca.
Nunca.
Nunca.
Siempre.
Siempre.
Siempre.
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